miércoles, 2 de marzo de 2016

Un día de estos mataré ami etcétera, cuento

Un día de éstos mataré a mi etcétera
Gustavo Gómez Vélez 

—Un día de éstos mataré a mi etcétera. Lo prometo, te lo prometo. Es que esta palabra que en latín significa “lo que falta” “lo demás” me tiene harta. No la soporto. Viene inmiscuyéndose en mi vida, en mis deliberaciones, se las arregla para saltar de mi lengua, es una metiche, una desgraciada que no tiene consideración. Yo siempre había tenido un lenguaje bastante moderado y, hasta puedo decirlo con modestia, amplio. Inclusive Héctor Hugo, mi esposo, dice que por qué no me dediqué seriamente a enseñar en algún colegio, que yo era buena con las palabras y que eso se notaba cuando la gente se quedaba alelada cuando yo asumía el hilo de las conversaciones.
Yo creo que el asunto viene de mucho atrás. Recordándolo bien, de antes de casarme. Héctor Hugo es muy distinto en cuanto a hablar se trata. Él es más parco, poco expresivo, yo en cambio me regodeo más, no es que sea una intelectual que va, solamente que me gusta el buen decir. Por eso no sé a qué ha venido esta incertidumbre de los últimos días.
Cuando Héctor Hugo y yo apenas salíamos, que apenas nos estábamos conociendo; y lo digo en el modo de ser, que es el modo de plantear los sentimientos y de utilizar las palabras justas para lo que son, fue cuando él me insinuó que nos amáramos. Éramos unos jovencitos preuniversitarios y estábamos embelesados el uno con el otro. Y me dijo, porque lo recuerdo muy bien; yo siempre guardo en mi memoria ese tipo de situaciones, no sé si será cosa de todas las mujeres, pero no olvido esos detalles. En la taberna de Lucas. Héctor Hugo tomándose un aguardiente y yo saboreando mi vino tinto. Entonces dijo:
—Mirá Isabel... Nosotros llevamos varios meses saliendo...
—Seis—repliqué yo—. Seis meses exactamente.
—Ah, sí, seis... Bueno y nos hemos entendido bien, y a veces, yo sé que no soy muy poético para estas cosas, pero he tenido algunos sueños, bueno, quiero decir, sueños al principio muy tiernos, ¿me entiendes, Isa?, sueños de tú sabes, pero nada vulgares, muy a lo que uno lee en las novelas, claro que yo no leo nunca novelas, pero por lo que tú me has contado, esos amores como todos mágicos. Es que no te había podido decir nada porque creí que podía chocarte, pero es que me siento muy a gusto contigo, Isa... Y obviamente he tenido ganas de... cuando nos estamos besando ahí, en la puerta de tu casa, ganas como de... y me resisto, pero sería muy maravilloso que ahora, es temprano y podríamos ir, espero me estés comprendiendo, sin ofenderte, y bueno, tomamos un taxi, el lugar es bonito... y allí etcétera...
Yo casi me lo como vivo, quiero decir, mientras él iba buscando cómo decírmelo, encartado con las palabras que yo estaba esperando hace tiempo, pero me entretenía con la copa de vino, haciendo que tomaba y no tomaba, y ni lo miraba a los ojos para que él no se enredara hablando. Y yo no sé si lo sorprendí, porque lo que le dije fue:
—Está bien, dejémonos de enredos y vamos a hacer el “etcétera” que tú dices.
Yo creo que lo disfruté más que Héctor Hugo, porque estuvo incómodo todo el rato. Seguro pensaba que yo le iba a responder que todavía no, que esperáramos un poquito, y esas otras frases de cajón que solemos decir algunas mujeres. Claro que nosotras, en muchas ocasiones vamos directo al grano, nos ocupamos de los detalles. Los hombres lanzan la piedra y nosotras tenemos que recoger los vidrios.
Yo no esperaba que el tal “etcétera” entre Héctor Hugo y yo fuera a ser lo que nos faltaba. Y sí que nos faltaba. De tal suerte que practicamos el “etcétera”, al comienzo cada mes, por prudencia. Una hay veces en que no quiere darlo todo. Pero la curiosidad hace mella hasta que la emoción revienta. Luego etceterábamos cada semana, y empecé a preocuparme porque el “etcétera” se fue convirtiendo como en el único tema de nuestras conversaciones. De modo que me puse depresiva.
Vino entonces ese otro mecanismo nuestro de querer hablar de muchas cosas distintas tratando de no caer en la trampa. Leía desaforadamente para mantener entretenido a Héctor Hugo; aunque debo reconocer que no era tan complicado hacerlo, él disfrutaba con mi forma de contar las cosas y hasta gozaba con los argumentos que iba narrándole. Tuvo mucha paciencia. Como tú sabes, ninguno de los dos terminamos la carrera. Él hizo tres semestres de Ingeniería Civil y yo me retiré del quinto de Ciencias Sociales. Todo porque llegó la otra charla que tuvimos y de la que tampoco olvido los detalles.
Por aquel tiempo Héctor Hugo trabajaba en una firma de Ingenieros como maestro de obra. Le iba relativamente bien. Yo estaba en el quinto semestre y con muchas ganas de vivir y conocer otras cosas. Ustedes, los compañeros hablaban mucho conmigo porque no me achantaba con los temas que ponían. Había un compañero que me gustaba, Víctor, creo que lo conociste, claro que eso no lo sabe Héctor Hugo. Tal vez si yo hubiera alcanzado el sexto semestre de seguro que se hubiera enterado, porque ese hombre me encantaba. Pero vino Héctor con sus palabras.
—Mirá Isa. Llevamos como siete años de novios y a mí esto me está poniendo nervioso.  Es que ya casi no salimos. Yo trabajando y tú estudiando. Ni los fines de semana porque tienes trabajos de campo y esas cosas de tu carrera. No quiero que nos cansemos de hablar para ponernos de acuerdo si nos vamos a ver o no. Bien que mal, hemos ido entendiéndonos. Es que me está entrando una rasquiña en el corazón que ya no me aguanto. De manera que yo quiero que nos organicemos antes de que te canses de mí o de que conozcas a un tipo por ahí bien conversador y bien intelectual, que te hable de novelas, de cine y de asuntos que a ti te gustan. Por eso es mejor que nos vamos plantando, nos conseguimos un lugarcito, nos vamos yendo y etcétera.
Yo creo que esa vez también lo tomé por sorpresa cuando le dije que bueno, que si eso era lo mejor para los dos que estaba bien. Además yo le había visto una cara de esas que si le decía que no, él se aburriría de esperarme. Claro que yo le puse como condición que el asunto del “etcétera” tenía que ser medido, que no se fuera a aprovechar de que ya fuera su esposa para etceterar todos los días, ni de fundas. Y bueno, él aceptó, y así nos fuimos yendo un tiempo. Pero me asaltaba la duda de mi compañero, porque yo después de casada nada de nada con otro. Y el haber dejado mi carrera en el quinto, me ayudó a guardar fidelidad, porque la economía estaba dura y comencé a pasar trabajos en computador para ganarme unos pesos y ayudarle a Héctor Hugo.  Y me rondaba la idea del “etcétera” y un día me dio por preguntarle a Héctor Hugo si él había tenido algo por ahí, pero me supo a cacho. Ese hombre se puso rojo de la furia, yo nunca lo había visto así, y me dijo que cómo era eso, que qué clase de pregunta era esa, que él trabajando todo el día con qué tiempo se iba a poner con esas cosas. Y asunto terminado. Yo creo que eso empezó a disgustarnos. Ninguno de los dos hablaba del tema. Luego pareció perder relevancia cuando surgió la otra conversación.
—Mirá Isabel, yo creo que estamos mayorcitos para afrontar responsabilidades, llevamos un año de casados...
—Año y tres meses—le dije yo.
—Bueno, año y tres meses. El caso es que ya es hora de que vamos creciendo como familia. No debemos esperar. Y siempre hace falta un poco de alegría en la casa. Por qué no le damos a la intentona, tu sabes, y bueno, etcétera...
De modo que empezamos a etceterar y quedé embarazada. Héctor Hugo feliz. Empezamos a sentirnos acompañados, porque valga decirlo: cuando una pareja pierde motivaciones, un hijo es el pretexto para sus soledades.  Sólo te digo que ahora tenemos un hijo pero poco etcétera.
Para resumirte, te diré que me he vuelto una maniática. Ando todo el tiempo corrigiendo a todo el que me habla caminando por las ramas, trato de que nadie mencione aquellos términos que quieren ocultar la verdad de lo que se piensa. Eso de que “en fin”, “tu me entiendes”, “la cosa es esto y aquello, la cosa va por otro lado” o “para qué te explico si tú sabes de eso más que yo”. Los detesto. Ah, no te había dicho, la próxima vez traigo a mi hijo. Se llama Víctor Hugo. Un poco por el gran escritor, otro poco por mi esposo y un tantito por nuestro compañero de universidad, que mejor después te cuento, ya debes imaginarte, tú me entiendes.

 Puedes opinar, ejercitar tu imaginación...estas es tu ciudad descrita...

domingo, 12 de julio de 2015

Los Ociócratas del mundo...

                                          
¿Es usted un Ociócrata?

Por  Gustavo Gómez Vélez

Usted puede ser demócrata, republicano, comunista, conservador, liberal, godo, anarquista, pacifista, pero ojo, ¿es usted un Ociócrata?
Traduzcase Ociócrata como individuo partidario de la Ociócracia, entendida como el gobierno del ocio. (Evítese consultar el diccionario)
Nací en pueblo donde hubo un Cacique Bitagüí, un asentamiento de gitanos, por donde caminó el Berrraco de Guaca, un pueblo de alfareros, donde se teje la moda colombiana, adonde llegaron gentes del suroeste antioqueño en busca de trabajo, obreros que fundaron sus familias y con ellas el nuevo territorio que, como un niño Jesús, nació un 24 de diciembre de 1831 con el nombre de Municipio de Itagüí, y no Bitagüí, quizá por no decir dos veces Itagüí.
Un pueblo que, en meros de 17 kilómetros alberga, sostiene, aguanta y apenas deja caminar a 260.000 habitantes aproximadamente. Un lugar pequeñito al que alguna vez Mariano Ospina Pérez denominó “el Paraíso del mundo” cuando las tetas eran lo de menos y el amor lo demás. En vez de un gentilicio, tenemos varios: Itagüiseños, Itagüisenses, Itagüequeños.
Una tierra tan escasa para tantos pero tan lucrativa para pocos, cuyo tesoro se desvanece de mano en mano para lanzar políticos a la vida nacional, y los que no, por falta de ganas, o porque no robaron de pura pereza.
Por eso si usted está en cualquier lugar del mundo y es un Ociócrata, no se alarme, tome la vida con calma y la lectura a pierna suelta. La enfermedad no es tan grave como parece. Ya verá porqué.
Una de las nuevas formas de inquisición que se ha venido instaurando en la consciencia colectiva bajo el nombre de globalización, está directamente relacionada con el Negotium, tráfico, comercio, ocupación, empleo, o para decirlo más claramente el No-Ocio, y que se afirma en aquella creencia culposa de que si usted no es productivo está fuera de circulación, que no hace nada, que es un ocioso, un ser sin ubicación, ¡ubíquese mijo que ya está muy grande!, repica en las mentes día tras día, un martilleo incesante que genera miles y miles de Gregorios Samsas carecucarachos, escondidos bajo las camas huyendo de las escobas globalizantes. O paralizados como el jóven Bartleby de Herman Melville, que frente a las exigencias de su patrón a cumplir sus obligaciones de escribiente, se niega a trabajar, repitiendo tímido y educado: “Preferiría no hacerlo”.
Muchas tareas en la vida sería mejor no hacerlas, otras no valen la pena hacerse.
A un niño de mi vecindad a quien le escondieron los cuadernos y los colores para que no dibujara porque no atendía al maestro de matemáticas, le pregunté si era que iba mal en la escuela, y me dijo que no, que él atendía las clases mientras dibujaba, que era lo que más le gustaba hacer. Es que los sistemas educativos no tienen currículum para eso. Porque hacer lo que es conveniente es más importante que hacer lo que un individuo quiere. En los paseos del fin de semana este niño no empacaba juguetes, llevaba pinceles y acuarelas. Los padres determinaron que su hijo era raro, que había que cambiarlo de colegio para que fuera como los niños normales, que juegan, corren, gustan del nintendo, están en escuelas de fútbol, en fin que hemos perdido a un Ociócrata para este mundo.
Qué dirían los fundadores de la Ociocracia como Sócrates o Platón, el mismísimo Jesús que se fue de casa a temprana edad por no trabajar con su padre en la carpintería, o de los ayunos de Ghandi para crear conciencia de la paz en el mundo, sabiendo que si trabajaba gastaba muchas energías, si gastaba energías tenía que alimentarse como cualquier mortal, y para hacerlo, tenía que laborar. Pero qué seríamos sin aquellos célebres personajes de la humanidad. ¿Quién hubiera inventado la rueda sino un vago, un ocioso aburrido de pelarse el lomo cargando cubos de agua sino se hubiera sentado un día a pensar cómo no maltratarse más? ¿O que sería del mundo sin la energía eléctrica si Edison no se hubiera cansado de pararse de su escritorio para dejar de leer e ir a prender otra vela que se apagó? ¿O cuántos mensajes no estarían perdidos si no fuera por Marconi?  ¿Qué sería de la música sin Mozart, la Pintura sin Rembrant, la lectura sin el Quijote?
El mundo sin los Ociócratas sería más estúpido, más esquemático, más banal, y todos andaríamos más robotizados que Uribe diciendo ¡terrorismo, terrorismo, terrorismo!
Hace tiempo no motiva decir “futuras generaciones”, mejor decimos las presentes generaciones. Los programas de humanidades, de investigación y de las bellas artes se vienen convirtiendo en un estorbo para las universidades. Es más práctico tener programas técnicos. Estamos llenos de técnicos administrativos, técnicos industriales, técnicos de la computación, técnicos de fútbol y técnicos de técnicos.  Pensar complica a los individuos, contemplar es una palabra que sólo se utiliza para los desfiles de moda. Se piensa más en el perchero carnal que en la razón de la responsabilidad humana.
No tenemos tiempo libre pues estamos más pendientes de los mensajes del móvil, chateando en internet, y para que en los hogares no se hable de los verdaderos problemas, los canales televisivos nos ahorran la vida privada con un reality sobre la vida privada de los famosos o de los que de la noche a la mañana son famosos.
No espabile porque se pierde en sus ensoñaciones y eso no es bueno, coge malos hábitos, no espabile porque le da por ser músico o pintor o escritor y eso no aporta para la cuota del carro. No espabilar. La FIFA también ha copiado muy bien la fórmula. No ha terminado el Mundial cuando ya tenemos la Champion League, la Libertadores; que no sabemos de qué, y la copa de los que ganaron copas. Todos tan ocupados brindando por aquí y por allá por los jugosos dividendos, mientras el pueblo se fanatiza, sufre, se rasga las vestiduras de su equipo, en Brasil, Argentina, México y Colombia, perdidos en la red del gol, más pobres que siempre, para volver a casa y escuchar a los Tenores del Fútbol o la Polémica, los maestros de la pelota, que dan más conferencias que Anthony de Mello o Walter Riso, mientras los verdaderos maestros, filósofos, científicos y artistas se comen las uñas para no acostarse en ayunas, como Ghandi. De hecho ser delgado no es una cosa de ahora, ser flaco estilizado es un privilegio de ociócratas, aunque las modelos sean las que cobran.
Un ociócrata que se respete dedica largas horas del día a un gusto muy personal, el ociócrata hurga en una inquietud que lo desvela, talla día a día para encontrarle la comba al palo, rompe, quema las hojas para empezar de nuevo, se pregunta, se habla, no se traga entero las noticias tal como le llegan, pesa el sentido de las palabras, no acumula riquezas para después tener más, reparte ideas, trasmite sueños que otros ocultan, la materia del cerebro no es gris, debe ser fulgurante, sus opiniones inquietan, incomodan tanto que le dicen a cada momento que es raro, que es un loquito, y esa es una manera de minimizarlo y a su vez eliminar las verdades del mundo.
Y ni hablar de la políticas culturales, ¿eso qué es? Una pelota que va de pie en pie sin encontrar destino. Nada más ver las recientes reformas que el gobierno ha hecho para apretar aún más al sector artístico y cultural del país. Zancadilla. A los ociócratas se nos subestima a la hora de ir a las urnas. El día que nos decidamos a participar más en la vida nacional, los dirigentes políticos tendrán que mirarnos, no sólo con el respeto, de sabidas merecido históricamente, sino que además querrán ponernos de fórmula. Pero afortunadamente la Ociocracia sólo acepta creadores, trasformadores de vidas posibles.
En mi pueblo, como decía al comienzo, también se ha creado una fiesta popular, a la que para muchos resulta insólita, y para otros, desgraciada. Es el Día Mundial de la Pereza. Para mí, el término no es el más apropiado, pues hacer pereza es como tirarse a no hacer nada, echarse en la hamaca, ver películas enlatadas los domingos, hacer locha. Eso está bien para el descanso corporal, como hacer la siesta, pero para un ociócrata resulta desastroso. Pues si alguien debe estar despabilado es una persona que dedica su vida al desarrollo del pensamiento, de las artes. Porque, ¿quién puede decir que D´Vinci, Dalí, Eisnten o Cervantes eran unos perezosos?
Hacer una obra significa dejar en ella su propia vida sin los lineamientos externos, y para ello hay que trabajar, dar la pelea. El Ocio Creativo es una de las pocas opciones que puede resguardarnos de la vida rápida con sus ruidos y guirnaldas, y descrestes tecnológicos a los que se les da la categoría de un dios, el “hermano mayor” que desea controlarnos. Dirán: Ah, pero usted está escribiendo en un computador. Cierto querido amigo, pero sepa que los ociócratas “utilizan los medios, más no son utilizados por los medios”. Y si alguna vez te tildan de ocioso, palabra peyorativa para decirte vago, siéntete orgulloso, pues la construcción más sublime del ser humano ha estado en manos de los más grandes ociosos. Quien subestima a un ociócrata, ni siquiera figurará en los almanaques, y si figuran aparecen como genocidas o autores de las mayores desgracias que nadie quiere recordar.
Por eso, y para no agotar su tiempo libre me despido con esta consigna o grafiti de papel: “Ociosos de todos los países, cread, cread y cread”.





¿Es usted un Ociócrata?
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martes, 12 de agosto de 2014

Sobre el DÍA MUNDIAL DE LA PEREZA

¿Quién originario, residente, vecino, turista nacional y extranjero no ha asistido o mínimo escuchado que en Itagüí se celebra el Día Mundial de la Pereza? O en otros términos; ¿que se homenajee al ocio creativo, al derecho a la lúdica, al goce de las manifestaciones artísticas y populares, al deleite puro de no hacer nada más que contemplar el grisáceo o a veces azulado firmamento tendido en una hamaca o en una cama con rodachines? 30 años es una suprema labor, así suene contradictorio, para un día que brinda culto al derecho al descanso humano. Unos quijotes perezosos merecedores de la permanencia en el tiempo, son los miles de cultores de la Pereza Creativa en un municipio donde las rapiñas abundan y sólo van de paso. Pa más ha sido el reconocimiento que el pasado viernes 8 de agosto rindió la ASAMBLEA DE ANTIOQUIA al otorgarle la Medalla de Plata Jorge Robledo Ortíz al DÍA MUNDIAL DE LA PEREZA como respaldo a un evento que es Patrimonio y orgullo de todo Itagüiseño. Y como siempre, a pesar de las dificultades y detractores es UNA FIESTA REALIZADA POR LA COMUNIDAD Y CON EL MEJOR DE LOS RECURSOS: LA CREATIVIDAD DE NIÑOS, JÓVENES Y ADULTOS. Así que el próximo Domingo 17 "POR EL DERECHO A LA PEREZA TODOS A TRABAJAR".













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Día Mundial de la Pereza

Sobre el DÍA MUNDIAL DE LA PEREZA
¿Quién originario, residente, vecino, turista nacional y extranjero no ha asistido o mínimo escuchado que en Itagüí se celebra el Día Mundial de la Pereza? O en otros términos; ¿que se homenajea al ocio creativo, al derecho a la lúdica, al goce de las manifestaciones artísticas y populares, al deleite puro de no hacer nada más que contemplar el grisáceo o a veces azulado firmamento tendido en una hamaca o en una cama con rodachines? 30 años es una suprema labor, así suene contradictorio, para un día que brinda culto al derecho al descanso humano. Unos quijotes perezosos merecedores de la permanencia en el tiempo, son los miles de cultores de la Pereza Creativa en un municipio donde las rapiñas abundan y sólo van de paso. Pa más ha sido el reconocimiento que el pasado viernes 8 de agosto rindió la ASAMBLEA DE ANTIOQUIA al otorgarle la Medalla de Plata Jorge Robledo Ortíz al DÍA MUNDIAL DE LA PEREZA como respaldo un evento que es Patrimonio y orgullo de todo Itagüiseño. Y como siempre, a pesar de las dificultades y detractores es UNA FIESTA CREADA Y HECHA POR LA COMUNIDAD Y CON EL MEJOR RECURSO: LA CREATIVIDAD DE NIÑOS, JÓVENES Y ADULTOS. Así que el próximo Domingo 17 "POR EL DERECHO A LA PEREZA TODOS A TRABAJAR".

domingo, 5 de enero de 2014

Un día de éstos mataré a mi etcétera, cuento

 Gustavo Gómez Vélez

—Un día de éstos mataré a mi etcétera. Lo prometo, te lo prometo. Es que esta palabra que en latín significa “lo que falta” “lo demás” me tiene harta. No la soporto. Viene inmiscuyéndose en mi vida, en mis deliberaciones, se las arregla para saltar de mi lengua, es una metiche, una desgraciada que no tiene consideración. Yo siempre había tenido un lenguaje bastante moderado y, hasta puedo decirlo con modestia, amplio. Inclusive Héctor Hugo, mi esposo, dice que por qué no me dediqué seriamente a enseñar en algún colegio, que yo era buena con las palabras y que eso se notaba cuando la gente se quedaba alelada cuando yo asumía el hilo de las conversaciones.
Yo creo que el asunto viene de mucho atrás. Recordándolo bien, de antes de casarme. Héctor Hugo es muy distinto en cuanto a hablar se trata. Él es más parco, poco expresivo, yo en cambio me regodeo más, no es que sea una intelectual que va, solamente que me gusta el buen decir. Por eso no sé a qué ha venido esta incertidumbre de los últimos días.
Cuando Héctor Hugo y yo apenas salíamos, que apenas nos estábamos conociendo; y lo digo en el modo de ser, que es el modo de plantear los sentimientos y de utilizar las palabras justas para lo que son, fue cuando él me insinuó que nos amáramos. Éramos unos jovencitos preuniversitarios y estábamos embelesados el uno con el otro. Y me dijo, porque lo recuerdo muy bien; yo siempre guardo en mi memoria ese tipo de situaciones, no sé si será cosa de todas las mujeres, pero no olvido esos detalles. En la taberna de Lucas. Héctor Hugo tomándose un aguardiente y yo saboreando mi vino tinto. Entonces dijo:
—Mirá Isabel... Nosotros llevamos varios meses saliendo...
—Seis—repliqué yo—. Seis meses exactamente.
—Ah, sí, seis... Bueno y nos hemos entendido bien, y a veces, yo sé que no soy muy poético para estas cosas, pero he tenido algunos sueños, bueno, quiero decir, sueños al principio muy tiernos, ¿me entiendes, Isa?, sueños de tú sabes, pero nada vulgares, muy a lo que uno lee en las novelas, claro que yo no leo nunca novelas, pero por lo que tú me has contado, esos amores como todos mágicos. Es que no te había podido decir nada porque creí que podía chocarte, pero es que me siento muy a gusto contigo, Isa... Y obviamente he tenido ganas de... cuando nos estamos besando ahí, en la puerta de tu casa, ganas como de... y me resisto, pero sería muy maravilloso que ahora, es temprano y podríamos ir, espero me estés comprendiendo, sin ofenderte, y bueno, tomamos un taxi, el lugar es bonito... y allí etcétera...
Yo casi me lo como vivo, quiero decir, mientras él iba buscando cómo decírmelo, encartado con las palabras que yo estaba esperando hace tiempo, pero me entretenía con la copa de vino, haciendo que tomaba y no tomaba, y ni lo miraba a los ojos para que él no se enredara hablando. Y yo no sé si lo sorprendí, porque lo que le dije fue:
—Está bien, dejémonos de enredos y vamos a hacer el “etcétera” que tú dices.
Yo creo que lo disfruté más que Héctor Hugo, porque estuvo incómodo todo el rato. Seguro pensaba que yo le iba a responder que todavía no, que esperáramos un poquito, y esas otras frases de cajón que solemos decir algunas mujeres. Claro que nosotras, en muchas ocasiones vamos directo al grano, nos ocupamos de los detalles. Los hombres lanzan la piedra y nosotras tenemos que recoger los vidrios.
Yo no esperaba que el tal “etcétera” entre Héctor Hugo y yo fuera a ser lo que nos faltaba. Y sí que nos faltaba. De tal suerte que practicamos el “etcétera”, al comienzo cada mes, por prudencia. Una hay veces en que no quiere darlo todo. Pero la curiosidad hace mella hasta que la emoción revienta. Luego etceterábamos cada semana, y empecé a preocuparme porque el “etcétera” se fue convirtiendo como en el único tema de nuestras conversaciones. De modo que me puse depresiva.
Vino entonces ese otro mecanismo nuestro de querer hablar de muchas cosas distintas tratando de no caer en la trampa. Leía desaforadamente para mantener entretenido a Héctor Hugo; aunque debo reconocer que no era tan complicado hacerlo, él disfrutaba con mi forma de contar las cosas y hasta gozaba con los argumentos que iba narrándole. Tuvo mucha paciencia. Como tú sabes, ninguno de los dos terminamos la carrera. Él hizo tres semestres de Ingeniería Civil y yo me retiré del quinto de Ciencias Sociales. Todo porque llegó la otra charla que tuvimos y de la que tampoco olvido los detalles.
Por aquel tiempo Héctor Hugo trabajaba en una firma de Ingenieros como maestro de obra. Le iba relativamente bien. Yo estaba en el quinto semestre y con muchas ganas de vivir y conocer otras cosas. Ustedes, los compañeros hablaban mucho conmigo porque no me achantaba con los temas que ponían. Había un compañero que me gustaba, Víctor, creo que lo conociste, claro que eso no lo sabe Héctor Hugo. Tal vez si yo hubiera alcanzado el sexto semestre de seguro que se hubiera enterado, porque ese hombre me encantaba. Pero vino Héctor con sus palabras.
—Mirá Isa. Llevamos como siete años de novios y a mí esto me está poniendo nervioso.  Es que ya casi no salimos. Yo trabajando y tú estudiando. Ni los fines de semana porque tienes trabajos de campo y esas cosas de tu carrera. No quiero que nos cansemos de hablar para ponernos de acuerdo si nos vamos a ver o no. Bien que mal, hemos ido entendiéndonos. Es que me está entrando una rasquiña en el corazón que ya no me aguanto. De manera que yo quiero que nos organicemos antes de que te canses de mí o de que conozcas a un tipo por ahí bien conversador y bien intelectual, que te hable de novelas, de cine y de asuntos que a ti te gustan. Por eso es mejor que nos vamos plantando, nos conseguimos un lugarcito, nos vamos yendo y etcétera.
Yo creo que esa vez también lo tomé por sorpresa cuando le dije que bueno, que si eso era lo mejor para los dos que estaba bien. Además yo le había visto una cara de esas que si le decía que no, él se aburriría de esperarme. Claro que yo le puse como condición que el asunto del “etcétera” tenía que ser medido, que no se fuera a aprovechar de que ya fuera su esposa para etceterar todos los días, ni de fundas. Y bueno, él aceptó, y así nos fuimos yendo un tiempo. Pero me asaltaba la duda de mi compañero, porque yo después de casada nada de nada con otro. Y el haber dejado mi carrera en el quinto, me ayudó a guardar fidelidad, porque la economía estaba dura y comencé a pasar trabajos en computador para ganarme unos pesos y ayudarle a Héctor Hugo.  Y me rondaba la idea del “etcétera” y un día me dio por preguntarle a Héctor Hugo si él había tenido algo por ahí, pero me supo a cacho. Ese hombre se puso rojo de la furia, yo nunca lo había visto así, y me dijo que cómo era eso, que qué clase de pregunta era esa, que él trabajando todo el día con qué tiempo se iba a poner con esas cosas. Y asunto terminado. Yo creo que eso empezó a disgustarnos. Ninguno de los dos hablaba del tema. Luego pareció perder relevancia cuando surgió la otra conversación.
—Mirá Isabel, yo creo que estamos mayorcitos para afrontar responsabilidades, llevamos un año de casados...
—Año y tres meses—le dije yo.
—Bueno, año y tres meses. El caso es que ya es hora de que vamos creciendo como familia. No debemos esperar. Y siempre hace falta un poco de alegría en la casa. Por qué no le damos a la intentona, tu sabes, y bueno, etcétera...
De modo que empezamos a etceterar y quedé embarazada. Héctor Hugo feliz. Empezamos a sentirnos acompañados, porque valga decirlo: cuando una pareja pierde motivaciones, un hijo es el pretexto para sus soledades.  Sólo te digo que ahora tenemos un hijo pero poco etcétera.

Para resumirte, te diré que me he vuelto una maniática. Ando todo el tiempo corrigiendo a todo el que me habla caminando por las ramas, trato de que nadie mencione aquellos términos que quieren ocultar la verdad de lo que se piensa. Eso de que “en fin”, “tu me entiendes”, “la cosa es esto y aquello, la cosa va por otro lado” o “para qué te explico si tú sabes de eso más que yo”. Los detesto. Ah, no te había dicho, la próxima vez traigo a mi hijo. Se llama Víctor Hugo. Un poco por el gran escritor, otro poco por mi esposo y un tantito por nuestro compañero de universidad, que mejor después te cuento, ya debes imaginarte, tú me entiendes.

martes, 19 de noviembre de 2013

Lecturas Intencionadas ...

Lecturas Intencionadas: selección de textos leídos por actores donde las voces nos transportan a lugares e imágenes sugerentes. Una puesta que permite al público disfrutar de la literatura de una manera dinámica.
Se presenta en diversos lugares: Bibliotecas, centros culturales, auditorios.
Contáctenos: 3116128447

domingo, 17 de marzo de 2013

Amores de Tedio, impresa y digital. Nuevo.


Lectores de todo el mundo cibernautas acostumbrados a la lectura digital y los nuevos formatos ebooks, como a los lectores que gustan del libro impreso en papel, unos y otros podrán adquirir la novela Amores de Tedio, editada recientemente por Windmills Editions de California, Estados Unidos.

Puedes adquirirlo desde cualquier lugar del mundo.


Escribe y comenta, tu opinión es muy importante para nosotros

jueves, 14 de marzo de 2013

AMORES DE TEDIO

Los amores (desamores) de esta novela tienen dos versiones: la de Dothy, diseñadora de modas, y la de Tedio Bautista, que no logra más que vivir los restos de la rumba. Porque en esta novela (mientras el país se derrumba como dice el grafiti) es una constante. Es la única manera de vivir en un país peligroso. Es la única forma de querer donde nadie se quiere. Una novela nueva, urbana, lejos de la violencia callejera, con mucha violencia sentimental."José Guillermo Anjel (Memo Anjel)




Asistan, es una muy buena novela. Acabo de leerla y es de las más refrescantes que he leido en este país tan violento. Carlos Arnulfo Arias (escritor y docente de la Universidad de Santander)

"He terminado de leer su libro, me ha impresionado muy favorablemente. Es novedoso en lenguaje y en estructura y se dejan leer bien Tedio y Nicolai. Lo felicito. ¡Tiene futuro!" Cordial saludo, Gustavo Álvarez Gardeazabal
Adquiera la novela Los Amores de Tedio en formato digitalPor sólo $9.90 (dólares)


También en la edición de Windmills Editions de California, en: