Por Gustavo Gómez
Vélez
Usted puede ser demócrata, republicano,
comunista, conservador, liberal, godo, anarquista, pacifista, pero ojo, ¿es
usted un Ociócrata?
Traduzcase Ociócrata
como individuo partidario de la Ociócracia, entendida como el gobierno del ocio. (Evítese consultar el diccionario)
Nací en pueblo donde hubo un Cacique
Bitagüí, un asentamiento de gitanos, por donde caminó el Berrraco de Guaca, un
pueblo de alfareros, donde se teje la moda colombiana, adonde llegaron gentes
del suroeste antioqueño en busca de trabajo, obreros que fundaron sus familias
y con ellas el nuevo territorio que, como un niño Jesús, nació un 24 de
diciembre de 1831 con el nombre de Municipio de Itagüí, y no Bitagüí, quizá por
no decir dos veces Itagüí.
Un pueblo que, en meros de 17 kilómetros
alberga, sostiene, aguanta y apenas deja caminar a 260.000 habitantes
aproximadamente. Un lugar pequeñito al que alguna vez Mariano Ospina Pérez
denominó “el Paraíso del mundo” cuando las tetas eran lo de menos y el amor lo
demás. En vez de un gentilicio, tenemos varios: Itagüiseños, Itagüisenses,
Itagüequeños.
Una tierra tan escasa para tantos pero tan
lucrativa para pocos, cuyo tesoro se desvanece de mano en mano para lanzar
políticos a la vida nacional, y los que no, por falta de ganas, o porque no
robaron de pura pereza.
Por eso si usted está en cualquier lugar
del mundo y es un Ociócrata, no se alarme, tome la vida con calma y la lectura
a pierna suelta. La enfermedad no es tan grave como parece. Ya verá porqué.
Una de las nuevas formas de inquisición
que se ha venido instaurando en la consciencia colectiva bajo el nombre de
globalización, está directamente relacionada con el Negotium, tráfico, comercio, ocupación, empleo, o
para decirlo más claramente el No-Ocio, y que se afirma en aquella creencia
culposa de que si usted no es productivo está fuera de circulación, que no hace
nada, que es un ocioso, un ser sin ubicación, ¡ubíquese mijo que ya está muy
grande!, repica en las mentes día tras día, un martilleo incesante que genera
miles y miles de Gregorios Samsas carecucarachos, escondidos bajo las camas
huyendo de las escobas globalizantes. O paralizados como el jóven Bartleby de
Herman Melville, que frente a las exigencias de su patrón a cumplir sus
obligaciones de escribiente, se niega a trabajar, repitiendo tímido y educado:
“Preferiría no hacerlo”.
Muchas tareas en la vida sería mejor no
hacerlas, otras no valen la pena hacerse.
A un niño de mi vecindad a quien le
escondieron los cuadernos y los colores para que no dibujara porque no atendía
al maestro de matemáticas, le pregunté si era que iba mal en la escuela, y me
dijo que no, que él atendía las clases mientras dibujaba, que era lo que más le
gustaba hacer. Es que los sistemas educativos no tienen currículum para eso.
Porque hacer lo que es conveniente es más importante que hacer lo que un
individuo quiere. En los paseos del fin de semana este niño no empacaba
juguetes, llevaba pinceles y acuarelas. Los padres determinaron que su hijo era
raro, que había que cambiarlo de colegio para que fuera como los niños
normales, que juegan, corren, gustan del nintendo, están en escuelas de fútbol,
en fin que hemos perdido a un Ociócrata para este mundo.
Qué dirían los fundadores de la Ociocracia como Sócrates o Platón, el
mismísimo Jesús que se fue de casa a temprana edad por no trabajar con su padre
en la carpintería, o de los ayunos de Ghandi para crear conciencia de la paz en
el mundo, sabiendo que si trabajaba gastaba muchas energías, si gastaba
energías tenía que alimentarse como cualquier mortal, y para hacerlo, tenía que
laborar. Pero qué seríamos sin aquellos célebres personajes de la humanidad.
¿Quién hubiera inventado la rueda sino un vago, un ocioso aburrido de pelarse
el lomo cargando cubos de agua sino se hubiera sentado un día a pensar cómo no
maltratarse más? ¿O que sería del mundo sin la energía eléctrica si Edison no
se hubiera cansado de pararse de su escritorio para dejar de leer e ir a
prender otra vela que se apagó? ¿O cuántos mensajes no estarían perdidos si no
fuera por Marconi? ¿Qué sería de la
música sin Mozart, la Pintura sin Rembrant, la lectura sin el Quijote?
El mundo sin los Ociócratas sería más
estúpido, más esquemático, más banal, y todos andaríamos más robotizados que Uribe
diciendo ¡terrorismo, terrorismo, terrorismo!
Hace tiempo no motiva decir “futuras
generaciones”, mejor decimos las presentes generaciones. Los programas de
humanidades, de investigación y de las bellas artes se vienen convirtiendo en
un estorbo para las universidades. Es más práctico tener programas técnicos.
Estamos llenos de técnicos administrativos, técnicos industriales, técnicos de
la computación, técnicos de fútbol y técnicos de técnicos. Pensar complica a los individuos, contemplar
es una palabra que sólo se utiliza para los desfiles de moda. Se piensa más en
el perchero carnal que en la razón de la responsabilidad humana.
No tenemos tiempo libre pues estamos más pendientes
de los mensajes del móvil, chateando en internet, y para que en los hogares no
se hable de los verdaderos problemas, los canales televisivos nos ahorran la
vida privada con un reality sobre la vida privada de los famosos o de los que
de la noche a la mañana son famosos.
No espabile porque se pierde en sus
ensoñaciones y eso no es bueno, coge malos hábitos, no espabile porque le da
por ser músico o pintor o escritor y eso no aporta para la cuota del carro. No
espabilar. La FIFA también ha copiado muy bien la fórmula. No ha terminado el
Mundial cuando ya tenemos la Champion League, la Libertadores; que no sabemos
de qué, y la copa de los que ganaron copas. Todos tan ocupados brindando por
aquí y por allá por los jugosos dividendos, mientras el pueblo se fanatiza, sufre,
se rasga las vestiduras de su equipo, en Brasil, Argentina, México y Colombia,
perdidos en la red del gol, más pobres que siempre, para volver a casa y
escuchar a los Tenores del Fútbol o la Polémica, los maestros de la pelota, que
dan más conferencias que Anthony de Mello o Walter Riso, mientras los
verdaderos maestros, filósofos, científicos y artistas se comen las uñas para
no acostarse en ayunas, como Ghandi. De hecho ser delgado no es una cosa de
ahora, ser flaco estilizado es un privilegio de ociócratas, aunque las modelos
sean las que cobran.
Un ociócrata que se respete dedica largas
horas del día a un gusto muy personal, el ociócrata hurga en una inquietud que
lo desvela, talla día a día para encontrarle la comba al palo, rompe, quema las
hojas para empezar de nuevo, se pregunta, se habla, no se traga entero las
noticias tal como le llegan, pesa el sentido de las palabras, no acumula riquezas
para después tener más, reparte ideas, trasmite sueños que otros ocultan, la
materia del cerebro no es gris, debe ser fulgurante, sus opiniones inquietan,
incomodan tanto que le dicen a cada momento que es raro, que es un loquito, y
esa es una manera de minimizarlo y a su vez eliminar las verdades del mundo.
Y ni hablar de la políticas culturales,
¿eso qué es? Una pelota que va de pie en pie sin encontrar destino. Nada más
ver las recientes reformas que el gobierno ha hecho para apretar aún más al
sector artístico y cultural del país. Zancadilla. A los ociócratas se nos
subestima a la hora de ir a las urnas. El día que nos decidamos a participar
más en la vida nacional, los dirigentes políticos tendrán que mirarnos, no sólo
con el respeto, de sabidas merecido históricamente, sino que además querrán
ponernos de fórmula. Pero afortunadamente la Ociocracia sólo acepta creadores,
trasformadores de vidas posibles.
En mi pueblo, como decía al comienzo,
también se ha creado una fiesta popular, a la que para muchos resulta insólita,
y para otros, desgraciada. Es el Día Mundial de la
Pereza. Para mí, el término no es el más
apropiado, pues hacer pereza es como tirarse a no hacer nada, echarse en la
hamaca, ver películas enlatadas los domingos, hacer locha. Eso está bien para
el descanso corporal, como hacer la siesta, pero para un ociócrata resulta
desastroso. Pues si alguien debe estar despabilado es una persona que dedica su
vida al desarrollo del pensamiento, de las artes. Porque, ¿quién puede decir
que D´Vinci, Dalí, Eisnten o Cervantes eran unos perezosos?
Hacer una obra significa dejar en ella su
propia vida sin los lineamientos externos, y para ello hay que trabajar, dar la
pelea. El Ocio Creativo es una de las pocas opciones que puede resguardarnos de
la vida rápida con sus ruidos y guirnaldas, y descrestes tecnológicos a los que
se les da la categoría de un dios, el “hermano mayor” que desea controlarnos.
Dirán: Ah, pero usted está escribiendo en un computador. Cierto querido amigo,
pero sepa que los ociócratas “utilizan los medios, más no son utilizados por
los medios”. Y si alguna vez te tildan de ocioso, palabra peyorativa para
decirte vago, siéntete orgulloso, pues la construcción más sublime del ser
humano ha estado en manos de los más grandes ociosos. Quien subestima a un ociócrata,
ni siquiera figurará en los almanaques, y si figuran aparecen como genocidas o
autores de las mayores desgracias que nadie quiere recordar.
Por eso, y para no agotar su tiempo libre
me despido con esta consigna o grafiti de papel: “Ociosos de todos los países,
cread, cread y cread”.
Puedes opinar, ejercitar tu imaginación...
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